Unos minutos antes de medianoche dejé mi maleta en el portaequipajes de aquel autobús. La estación no podía estar más vacía. Las risotadas de dos indigentes sentados en un bordillo mientras se emborrachaban con vino tinto de caja y el ronroneo cascado del motor del vehículo era lo único que se oía. Y lo único que se escuchaba en mi pensamiento era todo lo que aún tenía recorrer: otro autobús más, un avión y un par de trenes me llevarían hasta Halmstad, la ciudad universitaria en el sur de Suecia donde el bueno de Edu iba a pasar un año de Erasmus.
Creía que haría todo el viaje solo. O al menos eso pensaba.
-Tú eres de España, ¿no?-me preguntó en Dinamarca un hombre de unos treinta años bien parecido a Obélix.
-Sí, ¿cómo lo sabes si no he abierto la boca?
-En tu maleta pone Iberia.
-Sí, soy de Pamplona.
-¡Pamplona! ¡No puede ser! ¡Eso es imposible!
-Sí... de Pamplona
-¡Joder! Que yo soy de Tudela.
En apenas cinco minutos, ya sabía casi todo de Carlos. Tudelano, 32 años, y doctorando en Historia medieval en Finlandia. Lástima que sus consejos sobre los trenes que debía tomar no fueran tan buenos como su conversación y sus miles de anécdotas. Cómo conseguí llegar hasta Halmstad... eso es otra historia.